jueves, 3 de marzo de 2011

Pesadilla


Hacía rato que se había separado de sus compañeros cuando oyó el primer disparo. Le pareció que resonaba dentro de su cráneo. Se tocó la cara, el pecho, se miró las manos. Nada, no había sangre. Pero sabía que no podía pararse. Debía seguir avanzando así, reptando sobre el lodo. El segundo disparo lo sobresaltó, sobre todo porque vino acompañado de un grito lejano. ¿Pero de quién? El tercer disparo lo hizo temblar de pies a cabeza. El cuarto lo encontó empapado en sudor. El quinto le provocó un estremecimiento tan profundo que lo hizo saltar. Se sentó de golpe. Apartó las sábanas con violencia, como si fueran ellas las responsables de su pesadilla. Tuvo que frotarse los ojos varias veces para darse cuenta de que ahora sí estaba despierto, irremediablemente solo desde hacía dos días, cuando sus compañeros cayeron en una emboscada, y de que esta vez no había habido tiros ni persecuciones sino la canilla que goteaba, implacable, reverberante, oxidando el lavatorio de ese hotel de mala muerte, en las afueras de Saigón.

2 comentarios:

  1. ¡Estremecedora microficción, Ana! Misterio, emoción, sobresalto... ritmo, algunos de los ingredientes que hacen de éste un relato excepcional. Me gusta mucho.
    Verdaderamente oportunas las citas de la entrada anterior. Un abrazo.

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  2. Saigón: una pesadilla, el tumultuoso acto de pensar, oír/oírse...Es verdad que estremece (como bien lo dice Patricia). Puntual y contundente relato. Me gustó, Ana. Abrazo.

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