miércoles, 13 de noviembre de 2013

Unos cuantos piquetitos


“Tan solo son unos cuantos piquetitos”, dijo el hombre frente al cadáver de su mujer, que exhibía heridas de arma blanca en el cuello, en el torso, en el abdomen, en los brazos, en las piernas. De cada una de ellas emanaban hilos de sangre que se juntaban en el borde de la cama y se trenzaban con fuerza hasta conformar una gruesa cuerda. La cuerda de sangre corrió por el piso del dormitorio, por el pasillo, llegó a la puerta, salió a la calle y alcanzó al hombre que iba cantando bajito, las manos en los bolsillos, el cuchillo húmedo en la cintura. Entonces, con la misma impiedad, lo ahorcó.

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