lunes, 8 de junio de 2015

Último otoño


        a Tina y Klaus

Los viejitos salieron a la puerta. Escaso cabello canoso, espaldas encorvadas, paso lento. Sin embargo, mantenía ella la feminidad, con su peineta y su abrigo de lana color coral. Él seguía siendo el galán de siempre con su saco entallado y sus zapatos de cuero beige. Con cierto esfuerzo, con cierta demora subieron al taxi. No llevaban equipaje.
El taxista también era un viejo, de bigote blanco y gorra azul.
-¿Vamos por la autopista?- preguntó.
-No, queremos contemplar el paisaje todo lo posible, llenarnos los ojos de verdor- dijo él.
-Sí- agregó ella- y vaya despacio, por favor. Parece que el otoño quisiera regalarnos su mejor día. El cielo está impecable y el sol, tan cálido.
El conductor les dio el gusto: hicieron un viaje largo para un trayecto corto.
Al caer la tarde, los tres comprendieron que ese era el momento. Llegaron a la entrada del cementerio. Dejaron el auto y siguieron a pie. Los tres juntos, tomados de la mano, caminaron por el sendero de cipreses. Poco a poco, las figuras que se alejaban se fueron esfumando. Alcanzaron a dar un brinco casi juvenil, de felicidad, de plenitud tal vez, antes de desaparecer por completo en el dorado ocaso de esa tarde otoñal.


3 comentarios:

  1. Un dorado ocaso como puerta al mundo sutil... Bello, Ana.

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  2. Hermoso relato.
    Acabo de enterarme por el blog de Gustavo que publicas un nuevo libro: !qué buena noticia! Enhorabuena. Espero que la presentación sea un éxito. Un abrazo y una sonrisa.

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  3. Gracias, Juan. Sí, creo que todo va a salir muy bien. Ya publicaré algunas fotos. Vendrán unos bailarines flamencos y un amigo cantará un par de canciones. Y, por supuesto, la presentación la harán Patricia y Gustavo, un lujo absoluto.
    ¡Qué bueno que te gustado el cuento! Abrazos porteños.

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